Graciela Jiménez, Amor Oscuro (drama lírico lorquiano)
Extensión del Festival Internacional de Música y Danza de Granada (FEX) - Estreno absoluto
Música: Graciela Jiménez / Imágenes y diseño visual: Antonio Arabesco / Poemas: Federico García Lorca / Textos: Erika Martínez / Soprano: Morana Batkovic / Actriz: Zaida Cuesta / Voz recitada: Andrea Villarrubia
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Un soplo lúgubre nos empuja y se desvanece, como un augurio. Así comienza este desgarrador drama lírico por el amor oscuro lorquiano que Graciela Jiménez despliega en siete canciones y un interludio instrumental acompañado por las imágenes reflexivas de Antonio Arabesco. Las canciones dibujan una espesura llena de contraluces: el lugar donde violencia y deseo entrelazan sus ramas. Guirnalda nupcial, guirnalda fúnebre. Algo está a punto de suceder en cada modulación. Hay una contención que anuncia urgencia y que termina precipitándonos hasta el éxtasis trágico del erotismo. La música devuelve ciertos ritmos, cadencias, motivos ornamentales de la canción tradicional andaluza, pero los devuelve trastornados por un dolor muy contemporáneo. Cruzan lieder como sombras, de Britten, de Webern, de Eisler. La crisis de la tonalidad ha crispado el neopopularismo; su tejido armónico ha sido extraña, obsesivamente digerido. Como ha señalado Barbero Consuegra, “asentadas sobre un lenguaje modal, las canciones poseen una diversidad sonora muy atractiva que funde pasajes de resonancias jazzísticas e impresionistas (…). La parte pianística refuerza la maquinaria narrativa de una manera muy poderosa, y hace posible los momentos de mayor intensidad dramática. A ello contribuye, asimismo, la irrupción súbita de pausas y cesuras, que hacen del silencio uno de los principales puntales estéticos de esta obra”.
Contrapeso fotográfico de las canciones, el imaginario en movimiento de Antonio Arabesco nos arrastra sembrando la pantalla de una expectación turbia, alternando la epifanía sensual y el dolor elegíaco. Descansan en su narrativa visual los rostros arados y los cuerpos en fuga, el orden minucioso de las alamedas y el liquen próspero de los palacios. La cámara proyecta el interior de Granada hacia La Vega dejando vacíos: todo aquello que la oscuridad se niega a revelar y parece guiñarnos desde dentro.
Brota el suspense también desde la entraña de la soprano. Hay una atmósfera de persecución constante, la del amor prohibido que ya hostigaron los viejos puritanos de Catulo. Si los sonetos terminan fundiendo –como en el calvario cristiano– pasión y muerte, el drama lírico de Graciela Jiménez deja la fusión pendiente de un hilo. El deseo parece fluir en él como un anhelo fatídico que, antes de hallar su final, comienza de nuevo. Algo queda flotando en el aire. La cuerda tensa del piano, un surco inquietante de luz. Se prepara en cada nota una tragedia atávica donde el placer es sangre y el eros, sacrificio. De la noche oscura de San Juan a los sonetos lorquianos, no hay amor sin llaga.
[ Erika Martínez ]